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Invitación a la contemplacion

     El cigarro, el puro, invita a la contemplación. Pero eres incapaz de inhalar el humo de un cigarro, tanto como Bill Clinton fue incapaz de inhalar el humo acre del cáñamo. Mi enfermedad no es la de flemático o la del esteta. Compruebo, contemplo el humo, solamente observando según las volutas que esculpen el aire, chupar el jugo del tabaco y saborear las gradaciones de madurez de la hoja, esa pedantería no serena de tu animal de fondo, en todo caso la tortura, es la parsimonia, la maldición de Tántalo.

 

     El alcohol también tiene su lucidez: casi todas las drogas se mantienen en el desfiladero, justo al filo de la navaja entre la lucidez que otorgan y el vicio que esclaviza. Todas las drogas son ecuánimes, somos nosotros quienes nos volcamos.

 

     La nicotina serena la ansiedad, la angustia, ese angostarse del aliento, sostiene el alma, consuela la vida, es una cura existencial.

Envuelto por las metáforas del poder, el tabaco permanece, aún a pesar del tiempo, de la ciencia y de las guerras, sobre la imagen y el gozo del reto, sobre la promesa del sueño cumplido, del final de cualquier jornada, del instante donde la soledad se convierte en otra cosa. Como si a través del humo desprendido se prolongara la vida: avanzando, siguiendo una ruta propia en la que somos cómplices.

 

«Y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensamientos. Sigo el humo como una ruta propia.

Y gozo, en un momento sensitivo y competente. La liberación de todas las especulaciones».

                                                                                                                                     Fernando Pessoa.

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