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La traición del monstruo bicéfalo

 

Ángel R. Medina

Respetable Logia Leonardo Da Vinci Nº 244

Oriente de Maracay, Aragua, Venezuela.

 

     El diccionario de la Real Academia Española define al perjuro como la persona que jura en falso; que quebranta maliciosamente el juramento que ha hecho. El perjuro en la Orden Masónica, al decir de Lorenzo Frau Abrines, es un traidor, un hombre sin conciencia, sin honor y sin dignidad.

 

     El 11 de septiembre de 1973, desgraciadamente, se repitió la leyenda y drama del Maestro Hiram Abif cuando el general Augusto Pinochet le dio un golpe de Estado a su Hermano y Past Venerable Maestro de su Logia, el entonces presidente de Chile, Salvador Allende. Obviamente, la traición de Pinochet al tomar el poder por la fuerza hizo que se rompiera la cadena de la Hermandad y por ello fue expulsado de la Masonería.

 

     En nuestra Orden, la fraternidad es sagrada. Ésta, se perfila como una regla de oro: un Hermano no traiciona a otro Hermano. El filósofo alemán Johann Gottlieb Fichte en su libro Filosofía de la masonería: Cartas a Constant (en la séptima de sus esquelas) escribe: «La Logia, herramienta de perfeccionamiento personal y social, es también espejo y reflejo de humanidad y sociedad». De este modo, es normal –apunta Fichte– que es, incluso, deseable que haya de todo en un Taller masónico».

 

     En la Masonería también hay personas que, como mínimo, tildaríamos profanamente de impresentables. Para que ninguno desentierre el hacha de guerra: Pinochet fue masón, su Venerable Maestro fue Salvador Allende. En la Masonería, al decir de Fichte –y es triste señalarlo– pueden colarse ratas, chacales y gorilas como sucedió con el general Augusto Pinochet.

 

     Los perjuros, dice también el historiador de la Francmasonería, Frau Abrines, no caben en nuestra augusta institución y «un buen masón debe mirar con repugnancia y lástima a la vez, a esos infelices perjuros que variando continuamente sus creencias y principios, demuestran la falsedad de su espíritu y la abyección de su caduca inteligencia». [1] Otro investigador de la Masonería, Albert Mackey, indica que el perjurio es la violación de los juramentos solemnes y al referirse a Cicerón y al sentimiento romano, argumenta la frase: «perjuri poena divina exitium; humana dedecus» («el castigo divino del perjurio es la destrucción; el humano, es el oprobio »). [2]

 

     La Cadena de Unión o la Cadena de la Hermandad, es el círculo formado por todos los Hermanos de una Logia, unidos por las manos y que simboliza la Fraternidad que los  une. Simbólicamente, esta cadena «se coloca a lo largo de los muros perimetrales de la Logia, debajo del cielo raso o a la altura de los dinteles, y que simboliza la unión fraternal entre los masones». [3]

 

     Sin embargo, la Cadena puede romperse por tres motivos: uno, cuando muere un Hermano y ésta se abre para despedirlo en su viaje al Oriente Eterno; dos, cuando un Hermano

traiciona a sus propios Hermanos y la Cadena se abre para expulsarlo porque no cumplió con los principios de la Orden; y tres, el motivo especial y más alegre: cuando recibimos a un nuevo miembro. La Cadena, significa la fuerza y la solidaridad que debe existir entre los masones, porque como explicamos anteriormente la fraternidad es sagrada y los masones deben ser fieles defensores de las leyes, porque fuera de las leyes, nada existe.

 

Perjuro y tirano

     El caso de Augusto Pinochet es único. En su vida militar jamás tuvo una carrera sobresaliente. Se aprovechó de la bondad y confianza de Salvador Allende cuando lo nombró comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, tres semanas antes de derrocarlo. Juró como masón y luego ante la Constitución de su país. Como diría un célebre escritor chileno, Pinochet sembró confianza para luego cosechar traiciones. Se propuso –y lo logró– derrocar el gobierno de Allende y su «victoria» produjo más de 3 mil muertos, miles de desaparecidos, una represión sangrienta y una repugnante y clara violación a los Derechos Humanos.

 

     El traidor y perjuro Augusto Pinochet, como era lógico, se convirtió en tirano. A lo largo de su dictadura, demostró poco seso y mucha fuerza represiva por su ambición de poder. Pinochet era un ser individualista. Él, como individualista, jamás llegó a ser un buen masón, porque el individualismo junto a la ignorancia, la codicia y la ambición, nunca le permitirá a nadie construir su Templo Interior para buscar la Verdad simbolizada en la «Palabra Perdida».

 

     Entendamos, que la Fraternidad que proyecta la Masonería es individual y la búsqueda de la Verdad, por lo tanto, individual. Pinochet, en consecuencia, poseía muy escaso tacto y un bajo coeficiente intelectual atiborrado por las marchas, la engorrosa rutina castrense, las condecoraciones y las adulaciones de sus séquitos. Como tirano nace de la disociación de poder, por un lado, y racionalidad, por otro. Es poder sin racionalidad. No convence, no explica, no persuade, manda en seco sin justificar la orden; por eso los tiranos gritan, amenazan tanto, porque no emplean argumentos, sino imponen su arbitrariedad».

 

     Pinochet demostró que era un fanático y obseso por el poder. Los masones sabemos que el fanatismo es la pasión exacerbada e irracional hacia algo. En otras palabras, el fanatismo es la forma encolerizada de la intolerancia. Voltaire, en su Diccionario Filosófico califica el fanatismo como una enfermedad del espíritu que se contrae como la viruela. Es el efecto de una conciencia falsa que somete la religión a los caprichos de la fantasía y al desorden de las pasiones.

 

     El filósofo Juan Nuño, por otra parte, apuntaba que el hombre es y seguirá siendo esencialmente el más salvaje de los mamíferos, dotado de la peor de las armas, la del pensamiento organizado a través de la memoria, lo que le permite volver siempre a rematar sus enemigos con saña y crueldad únicas.

 

     Permítanme, además, recordarles que la historia de América Latina está plagada desde los primeros decenios del siglo XIX de dictaduras militares y civiles. Un elemento se destaca: el poder. Los dictadores y tiranos actúan como poseídos por la conducta de un jabalí, de esa enfermedad malévola de la fuerza bruta y el poder, donde también se le da un golpe a la lógica y a la razón.

 

     En la literatura latinoamericana hay numerosas novelas sobre los dictadores y las dictaduras. Tomás Eloy Martínez, el escritor argentino autor de La novela de Perón, afirmaba que las novelas con la figura del dictador son recurrentes en la literatura porque éste es un tema recurrente en la vida de los latinoamericanos.

 

     Los dos últimos dictadores que murieron en años recientes fueron Alfredo Stroessner, quien gobernó a Paraguay por más de 30 años y murió en Brasil a los 93 años y Augusto Pinochet, falleció a los 91 años. Ninguno de ellos, pagaron sus numerosos crímenes de lesa humanidad. El crítico Julio Ortega afirmaba que felizmente, de algunos dictadores de ferocidad y codicia criminales –como Stroessner y  Pinochet– no creo que pueda haber novelas: son de una mediocridad irredimible y sólo producen repugnancia moral.

 

     Asimismo, el escritor mexicano Octavio Paz, escribe: «Toda dictadura, sea de un hombre o de un partido, desemboca en las dos formas predilectas de la esquizofrenia: el monólogo y el mausoleo».

 

NOTAS

[1] Frau Abrines, Lorenzo, Diccionario enciclopédico de la masonería, II Vol., Ciudad de México, Editorial del Valle de México, 2006, p. 1075.

[2] Gallatin Mackey, Albert, Enciclopedia de la Francmasonería, III Vol., México, Grijalbo, 1981, pp.1157-1158.

[3] Ferro, José Francisco, Diccionario masónico entre columnas, Buenos Aires, Lumen, 2007, p. 50.

 

OBRAS CONSULTADAS

Anderson, John Lee, El dictador, los demonios y otras crónicas, Barcelona, Anagrama, 2009.

Frau Abrines, Lorenzo, Diccionario enciclopédico de la masonería, Ciudad de México, Editorial del Valle de México, 2006.

Ferro, José Francisco, Diccionario Masónico Entre Columnas, Buenos Aires, Lumen, 2007.

Gallatin Mackey, Albert, Enciclopedia de la francmasonería, III Vol., México, Grijalbo, 1981.

Nuño, Juan, La veneración de las astucias, Caracas, Monte Ávila Editores, 1989.

Overy, Richard, Dictadores, Barcelona, Tousquets Editores, 2006.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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