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Descartes: retrato de un filósofo

enmascarado

Ángel R. Medina

Respetable Logia Leonardo Da Vinci Nº 244

Oriente de Maracay, Aragua, Venezuela.

     Así como Gregorio Samsa, el personaje de Franz Kafka en La metamorfosis, se despertó sobresaltado al verse convertido en un insecto, algo parecido le sucedió a René Descartes, cuando acostado en su cama y medio adormecido –con el insomnio en un asedio constante– miraba una mosca que revoloteaba en su dormitorio. De inmediato se preguntó: ¿cómo puedo explicar la posición de la mosca en determinado momento? La conclusión del filosofó fue certera: «puedo utilizar tres coordenadas (x; y, z) para cada dimensión del espacio (adelante/atrás; arriba/abajo; izquierda/derecha).

 

     A partir de ello, Descartes da inicio a la filosofía moderna al crear el «método cartesiano» el cual propuso para todas las ciencias y disciplinas. El método, consistía en descomponer los problemas complejos en partes progresivamente más sencillas, hasta hallar los elementos básicos o las «ideas simples» que se presentan a la razón de un modo evidente. Descartes consideraba que desde aquí, por síntesis, se podía reconstruir todo el mundo complejo que se presenta a la razón.

 

     Como filósofo, Descartes, no es sólo el iniciador de la filosofía moderna, sino que también propone la filosofía racionalista y da paso a la «duda metódica», que no es otra cosa que «considerar falso lo que no sea evidente que es cierto». En otras palabras, Descartes buscaba «llegar a tener un conocimiento evidente, claro y distinto que no pueda ser falso». Por eso, el filósofo, «duda de la veracidad de lo que pueda ser falso». Obviamente, Descartes aplicó su método científico al estudio de la metafísica, donde inicia lo que se denominó como «proceso metafísico». Entendamos, de una vez, por metafísica –como dice el Diccionario Enciclopédico Larousse– a esa parte de la filosofía que estudia las propiedades, principios y causas primeras del ser, pero en ningún momento lo haremos vendado bajo una circunstancia dogmática o religiosa.

 

     Los masones, quizás, hemos sido demasiados mezquinos, por no decir apáticos, con algunos filósofos –incluyendo algunos que pertenecieron a nuestra Orden– como Fichte, Krause y el propio Descartes, además de Spinoza, Leibnitz, Heidegger, Nietzsche y Kant. Quizás, muchos se sienten como arrinconados y absortos por el ateismo de Nietzsche o por los planteamientos racionalistas de Spinoza, Kant y Leibnitz, sin dejar a un lado el pasado oscuro de la presunta vinculación de Heidegger con Hitler y el nazismo. Sin embargo, Respetables Hermanos, la idea de escribir esta Plancha lo motivó un momento de relectura de dos libros: la novela El mundo de Sofía, del escritor y filósofo noruego Jostein Gaarder y El discurso del método de René Descartes. El primero, El mundo de Sofía, fue escrito en 1994, y narra la historia de la filosofía (donde un desconocido le deja cartas a Sofía, el personaje principal de la novela, para que saque sus conclusiones sobre todos los temas y corrientes filosóficas) desde Aristóteles y Platón hasta nuestros días, mientras que el libro del filósofo francés –donde expone el método cartesiano– se publicó en 1637, fecha que se considera simbólicamente como la génesis de la filosofía moderna.

 

     A Descartes, se le etiquetó con aquello del «filósofo enmascarado» y ello podemos entenderlo muy fácilmente: al filósofo le aterrorizaba presentar sus descubrimientos, por temor a la persecución eclesiástica o a la inquisición de la iglesia católica en ese momento, y no quería seguir el infortunio de Giordano Bruno o Galileo, por citar sólo dos casos. En uno de sus textos, Descartes dice: «De igual manera que los comediantes llamados a escena se ponen una máscara, para que nadie vea el pudor reflejado en su rostro, así yo, a punto de entrar en este teatro del mundo del que hasta ahora sólo he sido espectador, avanzo enmascarado». De allí, la precaución sigilosa que adoptó Descartes, al presentar sus obras a la sociedad de ese momento.

 

«Cogito, ergo sum»

     Descartes, en sus exploraciones, consideraba aplicar a la filosofía los «procedimientos racionales» inductivos de la ciencia. Su pensamiento, fue una ruptura con el método escolástico  que imperaba y rechazó todas las opiniones de autoridades reconocidas para la época. Tras rechazar la aplicación escolástica estipuló «no creer ninguna verdad hasta haber establecido las razones para crearlas».

Basado en esa propuesta, expresó su frase: «Cogito, ergo sum» («Pienso, luego existo»), que provocó la ira en sus adversarios. Descartes creía en la existencia de un Dios, pero según el filósofo, «Dios creó dos clases de sustancias que construyen el todo de la realidad: la sustancia pensante, o inteligencia, y la otra, la sustancia extensa o física». La corriente filosófica creada por Descartes, el cartesianismo, que encontró el problema del método en la época «ya que las cosas no poseían una NO comprobación y en base a esto y, para solucionar este gran problema, Descartes propuso «la Duda Metódica, o la comprobación por medio de a hipótesis o teorías para considerarse en esos tiempos». [1] El filósofo argumentaba la existencia de una «Sustancia». Es decir, «un compuesto entre la parte Extensa (Mundo) y la parte Pensante (Hombre)». La duda para Descartes, «no era un objetivo a alcanzar sino un obstáculo a superar», obstáculo que, según el filósofo, «la razón necesita como medio para eliminar de la filosofía toda verdad o certeza que no se encuentre fundada en la misma razón».

 

     El racionalismo cartesiano, como explicamos, inaugura la filosofía moderna, como una experiencia de la realidad. El conocimiento de acuerdo a Descartes –y también a sus seguidores como Spinoza, Malebranche y Leibniz–  determinan que el cocimiento procede de las ideas presentes en la Razón, que tiene prioridad frente a los sentidos y se adquiere deductivamente. El racionalismo, se contrapone al empirismo desarrollado por Berkeley, Locke y Hume, que fundamentaba el conocimiento en la «experiencia sensible» y en la inducción, relacionada a la tradición aristotélica.

 

     Jostein Gaarder en El mundo de Sofía, dice:

No es que Descartes pensara razonable dudar de absolutamente todo, sino que en principio hay que dudar de todo (…) Lo que opina Descartes es simplemente que todos tenemos una idea de un ser perfecto, y que resulta inherente a esta idea el que ese ser perfecto exista. Nosotros somos imperfectos, entonces no puede venir de nosotros la idea sobre lo perfecto. La idea de un Dios es, según Descartes, una idea innata, está impresa en nosotros desde que nacemos, de la misma manera en que el artista imprime su nombre en la obra». [2]

 

     El racionalismo [3] subraya el papel de la razón (latín ratio), en cuya capacidad confía y, lo que es más importante aún, de la que espera mucho. «El ideal del conocimiento racionalista se caracteriza por una empática desmesura: todo se puede saber, con tal de investigar con la tenacidad y la inteligencia suficientes».

 

     Los rasgos principales del racionalismo como corriente filosófica se fundamenta en que la Razón es la única fuente válida de conocimiento. Creen, además, que el conocimiento puede ser construido deductivamente a partir de unos primeros principios, aunque el conocimiento sensible no puede fundamentar un conocimiento universalmente válido, es decir, un conocimiento científico. Descartes afirmará como ideas innatas la idea del Yo o Alma, la idea de sustancia y la idea de Dios. Otro aspecto a destacar, es que Descartes habla de la de la defensa de la racionalidad del mundo. Es decir, que todo lo que sucede en el mundo, todo lo que compone la realidad tiene una justificación que la razón puede llegar a conocer.

 

La reflexión de Descartes

     Como sostiene Böhmer en su Diccionario de Sofía, Descartes llevó a la filosofía a reflexionar sobre sí misma, cuando convirtió su propia persona como unto de partida de todas las consideraciones ulteriores, en las cuales le importaba, en principio, una sola cosa: la certeza y fiabilidad del saber. Böhmer, es más explícito al respecto:

El método que aplicaba era una duda radicalizada que se refería a todo aquello de que se puede dudar. Descartes sabía que no había que levarla duda demasiado lejos. Así le quedaron, al final de su examen crítico, dos instancia de verdad que eran (más o menos) intocables: Dios (lo cual no podría sorprender a nadie) y el Yo (al que no era tan forzoso tenerlo en cuenta como centro de certeza). La célebre fórmula cartesiana «Pienso, luego existo», se apoya en un hábil artificio par acreditar el Yo como un ser pensante, según el cual, la duda debe fielmente capitular: pues no se podría dudar si no existe aquel que duda. Al Yo como ser pensante se opone la materia, que abarca todas las clases de cosas: la naturaleza, la sociedad y también el cuerpo, que Descartes designa como un objeto distinto del pensamiento. El cuerpo y el alma están ciertamente unidos durante su existencia terrenal pero hay entre ellos una diferencia fundamental, también en cuanto a sus funciones respectivas, que se da a conocer tras la muerte del hombre: el alma del hombre abandona el cuerpo y se pone en camino hacia Dios, mientras los despojos terrenales dan prueba de su naturaleza perecedera pudriéndose consecuentemente.[4]

 

     De acuerdo a lo antes expuesto –resalta Böhmer– la imagen dualista del mundo desarrollada por Descartes tuvo y sigue teniendo un fuerte atractivo, porque la filosofía de Descartes quitó al mundo el velo de lo misterioso.

 

     Fue el propio Georg W. F. Hegel (1770-1831) quien calificó a Descartes como «el padre de la filosofía moderna», al considerar que fue «el primero en liberar el pensamiento de los límites de la escolástica tradicional, consumando la ruptura absoluta con Aristóteles». Quizás, la postura cartesiana no tienen mucho interés para el hombre de hoy, pero como afirmaba Martin Heidegger (1889-1976), «el hecho de que Descartes en su proposición «Cogito ergo sum» (Pienso, luego existo), expresó la primacía del Yo humano y por ello una nueva posición del hombre, que se convirtió en el fundamento y a medida necesarios para fundar y medir toda certidumbre y toda verdad. En definitiva, muchas cosas terminaron con Descartes, pero muchas empezaron».

 

Notas

[1] Cfr. Descartes, René. El discurso del método. Buenos Aires: Editorial Losada, 1980.

[2] Gaarder, Jostein. El Mundo de Sofía. Barcelona: Siruela, 2000, p. 288-290.

[3] Böhmer, Otto A. Diccionario de Sofía. Barcelona: Ediciones B, 1997, p. 40.

[4] Ibíd., p. 40-41.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Descartes, René. El discurso del método. Buenos Aires: Editorial Losada, 1980.

Diccionario Enciclopédico Larousse. Bogotá: Ediciones Larousse, 2004.

Diccionario Filosófico Voltaire. Madrid: Akal, 2007.

Böhmer, Otto A. Diccionario de Sofía. Barcelona: Ediciones B, 1997.

Gaarder, Jostein. El Mundo de Sofía. Barcelona: Siruela, 2000.

Savater, Fernando. Diccionario filosófico. Barcelona: Ariel, 2007.

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