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La «ceguera iniciática» o los pasos

perdidos de la intolerancia

 

Ángel R. Medina

Respetable Logia Leonardo da Vinci Nº 244

 

«Lee y aprovecha, ve e imita; reflexiona y trabaja, ocúpate siempre en el bien

de tus hermanos y trabajarás para ti mismo». 

                                                             Código Moral Masónico.

 

     Hay una frase típica de las high school estadounidenses que casi rayan en el lugar común; frase simple, por demás, pero que a muchos de los seguidores de la corriente constructivista de la educación, puede resultarle válida. La máxima es elocuente: «El conocimiento sin práctica es parálisis y la práctica sin conocimiento es ceguera».

 

     La ceguera, desde la óptica de la medicina, es la pérdida total o parcial del sentido de la vista, pero también depende de dónde se ha producido el daño. Obviamente, nosotros no haremos referencia a este tipo de ceguera, sino más bien a las que metafóricamente [1] puede incurrir cualquier institución u organización o, concretamente, del mismo modo, podemos representar a la denominada «ceguera política o ideológica» que «no ve a su alrededor» aunque goce de muy buena vista física.

 

     La reflexión sobre este tema viene dada luego de leer Ensayo sobre la ceguera, del escritor portugués y premio Nobel de literatura 1998, José Saramago. [2] La historia es única: una extraña enfermedad azota a una población. La obra describe una «ceguera blanca» o «mar de leche» —como lo narran sus personajes en la trama— que se expande de manera fulminante por esa localidad y deja a los enfermos viviendo en «un mar de blancura infinita». Esta obra de Saramago tiene un estilo original que parece una novela pero también puede ser un ensayo. Tiene un estilo apocalíptico y surrealista en el fondo, como si fuese un híbrido. Un hombre parado ante un semáforo en rojo se queda ciego súbitamente y contagia a todo a quien lo ve. Es el primer caso de una «ceguera blanca». 

 

     Saramago emplea la ceguera física de sus personajes ficticios para mostrarnos la «invidencia mental de los personajes reales». En su obra, alude al individualismo, la  insolidaridad, la intolerancia, pero más que nada es un llamado para que reaccionemos y nos quitemos las vendas y miremos a los ojos de la realidad. Es una novela sobre la condición humana.

 

     La Masonería es una institución de carácter iniciático. El fin, es el perfeccionamiento integral del masón a través de su trabajo en pro de conseguir su verdadera edificación interna o templo interior mediante el estudio, la investigación y, sobre todo, por la acción dialógica que permita la cadena de unión. 

 

     El Venerable Hermano Javier Otaola [3] dice que la Masonería es una «fraternidad iniciática y una sociedad de pensamiento». Considera que la iniciación es cualquier experiencia, cualquier conocimiento que tiene virtualidad para conmovernos, para transformarnos… que suscita en nosotros un proceso de cambio. Como escribe Otaola:

La vida está llena de iniciaciones espontáneas que nos transforman: el descubrimiento de la sexualidad en la adolescencia, el amor, la maternidad o la paternidad, el disfrute artístico […] La masonería, el método masónico, no es sino la aplicación programada, siguiendo un método ritual, fruto de una larga tradición histórica, de un procedimiento de crecimiento o construcción personal. [4]

 

     Sin embargo, dice también que la iniciación no es lo que corrientemente se supone ser,  pues todos los Masones están familiarizados con la forma ceremonial de la Iniciación; pero en realidad ésta no es sino un simbolismo externo de un trabajo interno, esotérico, que debiera realizarse dentro de cada hombre que busca los Misterios. El autor de Fragmento de un discurso masónico explica también que la actitud iniciática es una compilación, es decir introduce en nuestra forma de estar en el mundo elementos de comprensión complejos y encima aumenta nuestro sentido de la responsabilidad. 

 

     Otaola escribe y aclara al respecto:

La iniciación masónica no se da, se provoca. En nuestro trabajo de reflexión personal nos encontraremos con muchos momentos en los que caeremos en la tentación de esperarlo todo de una ayuda exterior. Tenemos que recordar que todo lo que nos llega desde fuera no es en el mejor de los casos sino una provocación, un estímulo, una incitación, una primera letra de una palabra que debemos siempre deletrear nosotros mismos. [5]

 

     La Iniciación, al decir de Oswaldo Wirth en El ideal iniciático, no es de orden meramente intelectual y no tiene por objeto satisfacer la curiosidad gracias a la revelación de ciertos misterios inasequibles al profano. Según Wirth «lo que nos viene a enseñar no es una ciencia más o menos oculta, ni una filosofía que nos diera la solución de todos los problemas: es un Arte, el arte de la Vida». [6]

 

Abrir y cerrar los ojos

     El masón, como ser humano, está preparado para actuar y para no actuar. De allí, que muchos Hermanos incurran en la «soberbia» como si fuere ésta su seña de identidad. Creen que ser soberbio lo hace mejor que los demás, que jamás se equivoca y, sobre todo, cree que sus conocimientos son inconmensurables o ilimitados. Lamentablemente, los Hermanos que actúan así están muy lejos de los principios de humildad y modestia que nos proporciona la Orden.  

 

     El mal que padecen muchos de estos Hermanos es la «ceguera iniciática», esa especie de embrollo cotidiano al pretender erigirse que todo lo hace bien y cuya única salida es zafarse de su egocentrismo con una secuela de pretensiones para sacarle provecho a la ignorancia. El «ciego iniciático», así como si fuese un personaje de la novela de Saramago, jamás ve la realidad que hay detrás del disfraz que le proporciona su orgullo. Para la «ceguera iniciática» no existe todavía un antídoto. Quizás, cuando reflexionemos que estamos haciendo las cosas mal, que no actuamos como debe ser, que tergiversamos los rituales o que no los leemos como es debido, o más grave aún, cuando pretendemos usar el ritual a nuestra conveniencia y como si fuera poco, ambicionamos pasar por encima de la Constitución Masónica, tal vez surja ese antídoto que nos permita «recuperar la vista» de esa «ceguera blanca» que alude la novela de Saramago.

 

     La «ceguera iniciática» que padecen algunos Hermanos y que actúan de una manera insensible, no es discapacidad. Las «cegueras malas» provienen de la falta de formación masónica, de la inasistencia a las logias y, por ende, a las Tenidas, del menor esfuerzo en superarse y edificar su templo interior; a todo esto hay que agregarle la incapacidad para planificar y establecer metas, el exceso de información mal digerida, ser más pragmático y perder el tiempo hablando del pasado pasando por encima del presente, de su trabajo realizado en otras logias pero no hace nada útil por el Taller en que está. Piensa que si algo funcionó en el pasado, también tiene que ser igual en el futuro. 

 

Conclusiones

     Al momento de elaborar esta plancha, coincido con el Venerable Hermano José Morales Manchego —ex Gran Maestro de la Muy Respetable Gran Logia del Norte de Colombia, con sede en Barranquilla— quien sostiene en su artículo Los hombres negativos, que uno de los tantos males que agobian a la humanidad es el de los hombres negativos. El «ciego iniciático», lamentablemente, merodea por estos predios que esboza Morales Manchego, porque «se dan en todos los climas, en cualquier parte se reproducen. Son seres opacos. No reflejan luz, aunque muchas veces la reciban. En las instituciones, en las empresas o en sus propios domicilios, se destacan por su alharaca, pero a la larga no hacen sino daño».

 

     Como también lo expone René Laban en su libro Los símbolos masónicos, la masonería es una sociedad iniciática y todo el acervo masónico está apoyado en la iniciación masónica.

Laban escribe acertadamente: Sin iniciación real y efectiva no hay verdadera masonería. La iniciación no es una cuestión dogmática que tenga que ver con creencias, es algo que ha existido desde que el hombre es hombre […] No es algo que tiene lugar en el exterior, sino algo que acontece en el interior del corazón, representado por la logia. [7]

 

     Las «cegueras malas» en la que incurren algunos Hermanos, inciden en forma maliciosa en muchas logias y, tristemente, eso le hace un considerable daño a la orden masónica. Ciertos Hermanos no entienden esto y podemos describir algunos de los síntomas más comunes que causan la «ceguera iniciática»: 

 

-Pérdida de los valores masónicos.

-La fuga o la dispersión de Hermanos iniciados, que jamás vuelven a las tenidas.

-Masones en «sueño» vacilando en los brazos de Morfeo (en la mitología griega dios de los sueños), que luego se dedican a hablar mal de la masonería, pero ellos nunca aportaron nada a la institución. 

-Hermanos que piensan más en la cantidad que en la calidad de los profanos o candidatos a ser iniciados.

-La ausencia de planificación en muchas logias sobre educación masónica.

-La dedicación excesiva a la lectura de literatura barata y los llamados libro de autoayuda en detrimento de los rituales, manuales y diccionarios masónicos.

-Pretender que si algo funcionó hace unos diez años en una Logia, puede ahora funcionar en el futuro.

-La creencia obsesiva de que un futuro iniciado será un buen masón porque tiene los bolsillos repletos de tantas medallas profanas.

-Ausencia del egregor en las Tenidas y, por ende, estas resultan aburridas hasta el extremo de correr a los Aprendices.  

     

     La «ceguera iniciática» es aferrarse a creencias, conceptos y modos equivocados de hacer las cosas en la logia. Es la utilización de esquemas anticuados —ya superados en esta época de la globalización— y que sólo provocan despilfarrar el talento de los futuros masones y la fuga de aprendices, compañeros y maestros, porque las tenidas son más de lo mismo y al final derivan en el aburrimiento. Maestros masones que se ufanan de sus «conocimientos» y cuando un aprendiz o un compañero le hacen una pregunta le responden con aquello de «eso no es de tu grado», demostrando así su mediocridad y evadiendo la responsabilidad del daño que le hace a la Orden.     

 

     Concluyo con una frase extraída del libro La masonería hoy razón y sentido, de Javier Otaola, ex Gran maestro de la Gran Logia Simbólica Española, que reza: «La arquitectura simbólica con que trabaja la Masonería pretende que cada masón haga de su vida una verdadera Obra de Arte de Sabiduría, Fuerza y Belleza, y del Mundo un lugar donde sea posible la Paz, el Amor y la Alegría. A eso llamamos los masones al Arte Real».

 

Notas

1. De manera metafórica, por medio de metáfora (aplicación de una palabra o de una expresión a un objeto o a un concepto, al cual no denota literalmente, con el fin de sugerir una comparación —con otro objeto o concepto— y facilitar su comprensión). Diccionario de la RAE.

2. Cf. Saramago, José, Ensayo sobre la ceguera, Barcelona, Santillana, 1996.

3. Javier Otaola es abogado y escritor. Masón desde 1979, ha sido Gran Maestro de la Gran Logia Simbólica Española (GOEU), entre 1997 y 2000, y Presidente de la Internacional Masónica (CLIPSAS), entre 1997 y 1999.

4. Otaola, Javier, Fragmento de un discurso masónico, Oviedo, España, masónica.es, 2009, p. 17.

5. Ibíd., p. 18.

6. Wirth, Oswald, El ideal iniciático, Buenos Aires, Editorial Kier, 2009, p. 53.

7- Laban, René, Los símbolos masónicos, Barcelona, Ediciones Obelisco, 2006, p. 165.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Laban, René, Los símbolos masónicos, Barcelona, Ediciones Obelisco, 2006

Otaola, Javier, Fragmento de un discurso masónico, Oviedo, España, masónica.es, 2009.

Saramago, José, Ensayo sobre la ceguera, Barcelona, Santillana, 1996.

Wirth, Oswald, El ideal iniciático, Buenos Aires, Editorial Kier, 2009.

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